¿Quienes somos?

Me llamo Sihuehuet.

Soy una mujer joven, como ustedes… o lo era al menos. Soy una leyenda de la que se han dicho tantas cosas y de la que se han inventado tantas versiones que quizá ni yo misma las he escuchado todas, pero las que sé, se las voy a contar aquí…

Les decía que me llamo Sihuehuet, he leído también que me llamaban Sihuélut (o algo así), pero nunca he escuchado a nadie llamarme por ese nombre. Dicen, que mi nombre significa “mujer hermosa”, que fui alguien a quien todos querían, que era trabajadora y buena… pero que luego cambié.

Me gustaba salir, verme guapa, reírme, tener amigas y divertirme y también tuve como cualquier muchacha joven, un novio que resultó ser el hijo del dios Tlaloc. Y en mi pueblo, en ese tiempo y a mi edad, poco sabíamos de sexo seguro, así que cuando vine a caer en la cuenta, estaba embarazada y parí siendo muy joven, a un hijo del que imagino todas ustedes ya deben saber.

No es que me esté justificando, pero tener un hijo no es siempre como la gente dice. No me volví automáticamente la madre abnegada, ni se me quitaron las ganas de ver a mis amigas, de divertirme, de disfrutar del sexo. La maternidad fue un cambio tan grande en mi vida para el que quizá no estaba preparada (y quizá nunca lo esté). Mis acciones por seguir con mi vida a pesar de tener un hijo no fueron bien vistas por la gente; dijeron que me volví coqueta, lasciva, chismosa, que abandoné a mi hijo y a mi marido, y me fui con mi amante.

Y ahora que veo hacia atrás, no niego mi responsabilidad con ese niño. Pero ahora pienso que la historia ha sido injusta conmigo; Tlaloc decidió castigarme: me enredó el pelo, me astilló las manos y me tornó quebradizas las uñas, me hizo perder peso, me arrugó la piel, me llenó de caries la dentadura, gritó que estaba loca y que me condenaba a vagar por los ríos y los montes, golpeando mis pechos contra las piedras… me llamó desde entonces Siguanaba, que según dicen, significa (mujer horrible), decidió que mi hijo sería un niño para siempre, así yo jamás podría quedar libre ni de carga, ni de culpas. En cambio, a su hijito querido, quien también participó en la producción del niño, ¡nada le pasó! ¡Claro, qué podía esperarse de ese dios macho que considera cosa de mujeres el cuidado de los niños y niñas! Es más… ¡a él no solo no le arruinaron su vida, sino que decidieron ponerlo como otra de mis víctimas!

Porque según se ha dicho por generaciones y generaciones, a eso me dediqué… a engañar hombres haciéndoles creer que soy bella y luego persiguiéndolos hasta enloquecerlos, celebrando mi maldad a carcajadas.

Hay quienes dicen que el objeto de mi historia era dar miedo a los hombres mujeriegos para evitar su infidelidad (y puede que de eso haya algo de verdad), pero lo interesante es que ellos podían salvarse de su locura mordiendo un crucifijo o rezándole a Dios. En mi caso no había tales opciones. A mí fue el mismo dios el que me castigó. O sea que para estos dioses y para quienes inventaron esta historia la infidelidad de los hombres tiene perdón; la de las mujeres no. Díganme ustedes si esto ha cambiado para las mujeres en El Salvador, porque yo creo que no…

Mi historia, es una historia con la que pienso, ustedes pueden llegar a sentirse identificadas… si es así, las invito a conocer, y si quieren… a unirse a un movimiento feminista autónomo, que hizo una lectura distinta de esta leyenda, que reivindica a las mujeres que hay detrás de ella, y denuncia como se ha utilizado ésta como instrumento de control social de las mujeres, para negarnos el derecho al placer, a la diversión, a tomar decisiones sobre nuestro cuerpo y a la justicia.

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